Línea Magenta: Usar bikini sin importar el número de tus kilos es político
En la cultura occidental, la delgadez está asociada no sólo con lo estético, sino con lo saludable. Aunque de antemano sepamos que en torno a esta creencia giran graves trastornos alimenticios que hace tiempo dejaron de ser patrimonio exclusivo de los adolescentes para ampliarse a un espectro más grande de la población. La anorexia, la bulimia o la vigorexia, no son problemas menos graves que la obesidad, pero este último trastorno, sí es socialmente inaceptable.
Vivir en un cuerpo gordo en esta sociedad, es sinónimo inmediato de vivir discriminación. Desde el hogar, la escuela, el trabajo. No importa si se trata del espacio público o privado, la gordura siempre será una limitante en esta lógica, que pretender normar los cuerpos, si no son blancos y corresponden a los estándares de belleza en turno, entonces el problema aumenta.
Según datos que presenta la revista Forbes, aproximadamente, el 70% de los mexicanos padece sobrepeso y casi una tercera parte sufre de obesidad. Un tercio de los jóvenes mexicanos también la padecen, cuya cifra se ha triplicado desde hace 10 años.
Como toda moneda, ésta tiene dos caras. Una, es la alarmante estadística, la otra, es que el 70% de los mexicanos, sufre discriminación asociada con su peso.
Sonia tiene 35 años, tiene una maestría en Derecho penal, dos perros, tres gatos y 90 kilos. Relata: “recuerdo que mi mamá me escondía la comida cuando era pequeña, decía que nadie querría juntarse conmigo en el recreo si no bajaba de peso… y tenía razón”.
¿Hasta dónde hemos alcanzado la independencia las mujeres? Sí, en efecto, ya no tenemos obligación de parir cierto número de hijos, podemos votar, ir a la escuela, tener acceso a la igualdad de derechos, pero seguimos teniendo prohibido sumar kilos. El precio por ello, es caro.
Sonia tuvo un accidente automovilístico hace 6 años que le causó daños en la cadera, lo que la obligó a tener problemas de movilidad, ese fue el parte aguas del considerable aumento de su peso.
“Probablemente lo más terrible de esta condición, es que nadie ve tus aptitudes, tu inteligencia o capacidad para realizar cosas, sólo ven el exterior y con base en eso te juzgan, si la gente supiera lo difícil que es… Me duele mucho que quienes no me ven con rechazo, me ven con lástima, no sé cómo explicarlo, si agregas al ser obesa, que no seas “güerita”, tus posibilidades en todos los sentidos disminuyen. He optado por no involucrarme con más hombre, la última relación que tuve me hizo mucho daño, mi falta de autoestima me llevó a situaciones límite para que mi ex pareja no me dejara, por eso ahora prefiero estar así”.
Las implicaciones de salud que tiene la obesidad dejaron de ser desconocidas hace tiempo, en cambio, de los problemas psicológicos que ocasiona, se habla menos.
Ansiedad, baja autoestima, trastornos de sueño, hipocondría, inhibición social o depresión, son algunos de los problemas que enfrentan los pacientes con obesidad, asegura la Licenciada en Psicología por la Universidad Mesoamericana, Adriana Bautista Hernández.
Mientras que el tema anti bélico, anti racial y el discurso de paz, lleva un largo camino, el de la lucha contra la gordofobia es a penas incipiente. Es urgente pensar lo que esconden nuestros discursos de “salud y bienestar”, como nuestros estándares de belleza vinculados a la delgadez o nuestros eufemismos que son más bien formas condescendientes de nombrar e igual de violentas.
No se trata en lo más mínimo de hacer una invitación a la obesidad, sino de educar en el respeto por todas las corporalidades. A cuestionar lo que nos dijeron sobre la belleza, para permitirnos conocer a las personas, sus historias y sus capacidades sin prejuiciar de inicio, por su color, religión, o su número de kilos.
Se dice fácil en este gastado discurso por la inclusión, pero el reto es hacer una revisión hacia adentro que nos revele si realmente somos congruentes, si no fustigamos en nombre de la estética colonialista, si no hemos usado el discurso de salud para humillar o ridiculizar a las personas obesas.
Mientras escribo todo esto, pienso en las expresiones que he hecho en algún momento de mi vida, o bien, aunque no lo haya verbalizado he pensado “qué valor” más aún, la mirada indiscreta ha rebasado mi discurso y me ha hecho darme cuenta que el camino a la deconstrucción aún es largo, comenzando por la forma en la que habitamos las corporalidades y dejamos que el resto de personas habiten sus propias identidades sin que tengan que rendir cuentas.
Por Carolina Chávez